Lo había visto masturbarse el segundo día que comencé a trabajar en aquella casa. No es que me guste espiar a la gente, es que simplemente lo descubrí por accidente. Ese día me quedé impactada, en cierta forma me gustó verlo mover su pene furiosamente, cómo subiendo y bajando el prepucio liberaba su glande brilloso. Allí estaba, con sus ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior y suspirando agitado se masturbaba frenéticamente. Aquella imagen me dejó excitada, muy excitada. Recuerdo que no tardé mucho en mojarme toda, sentía la bombacha pegarse a mi entrepierna mientras lo veía eyacular. Desde mi posición no pude ver los restos de semen salir de su pene, pero logré divisar los gotones cayendo al suelo. Realmente había dejado un flor de manchón en el piso, yo me retiré de inmediato temiendo que él saliera en busca de algo para limpiar y me encontrara allí, espiándolo.
Después de ese día cada tanto me dedicaba a espiarlo. En ese tiempo, era un adolescente de 17 años, de complexión normal y sin gran musculatura, sus piernas eran gruesas y con bastante vello. Comencé a masturbarme pensando en él, en lo que sentiría teniéndolo entre mis piernas y las horas de sexo que pasaríamos juntos. Todo hasta que llegó el día en que me animé a dar el siguiente paso, aunque con miedo a que me rechazara y a que mi patrona llegara a enterarse. Pero me dejé llevar por la calentura de tantas noches sin sexo, de tantos días sin la compañía de un hombre a mi lado. Debo admitir que la manera que en se movía al principio era un poco torpe, sin embargo lo compensaba todo con un aire de ingenuidad adolescente que me llenaba de placer. Me volvía loca y olvidé desde el primer momento a quién me estaba entregando, al hijo de la patrona. Me entregué completamente, y no me arrepiento.
Aún puedo sentir el sabor de su pene en mi boca, era distinto al sabor del pene de mi ex-marido, era el sabor de la juventud y de la vitalidad, algo que un tipo de más de cuarenta años perdió hace mucho tiempo. Mi ex-marido al principio de la relación fue un gran amante, pero los años pasaron y nuestro diez años de diferencia me hicieron perder el interés y a él las erecciones, además de su vitalidad. Me sentí una puta rogándole a Alejandro que no vaya al colegio esa tarde, no quería mostrarme tan caliente pero tampoco quería perdérmelo. Así que terminé suplicando, como toda una atorranta. "¡No te vayas, quedate conmigo¡, ¿Eh?. ¡Dale!. Quedate y te la mamo, ¿Si?. Dejame ser tu puta.". Sin mucha insistencia aceptó gustoso, y no fue a clases, claro que no me arrepentí. Agradecí tener por fin un hombre que podía saciar mis calenturas, un hombrecito lleno de vigor como para dejarme agotada en la cama, que me hiciera perder el aliento y me ayudara a olvidarme de todo.
No alcanzamos a llegar a su habitación, quedamos en el sillón de tres plazas del comedor y allí me sacó su camiseta de básquet que había tomado como premio de su ropero. Busqué sus labios y nos dimos un beso. Su desesperación, su torpeza y una erección contra mi vientre me daban señas claras de que deseaba cogerme cuanto antes. Sin buscarlo me contagió, y me abracé a su espalda clavándole las uñas como una verdadera gata. Traté de tomar el control por un instante y llevar sus manos a mis pechos, él encantado los tomó con rudeza y los apretó fuertemente. Aunque era excitante sentir sus manos sujetándome las tetas, lo cierto es que me lastimaba, así que lo guié para que no me hiciera daño.
-Más suave bebe, más suave -le dije al oído con voz de puta.
Obedeció de inmediato, y comenzó a tratas mis pechos con firmeza pero delicadamente. Yo lo besaba y recorría su espalda con mis manos por debajo de su remera. Se la quité casi arrancándola, la calentura era demasiada para que mis manos respondieran acertadamente. Sus pelos revueltos lo hacían ver salvaje, desaliñado. Apoye mis manos y mis tetas sobre su pecho, podía sentir el latido de su corazón palpitar acelerado. Él me abrazó con firmeza y recorrió mi espalda lentamente, acercó sus labios a los míos y me besó apasionadamente, con nuestras lenguas jugando y explorándonos. Nos dimos un beso largo, mientras sus manos recorrían mi espalda y llegaban a mis nalgas para agarrarlas fuertemente, en esos movimientos podía sentir como las abría dejando pasar una brisa de aire fresco por encima de mi ano.
Rodeó mi cuerpo con sus brazos de tal manera que me sentí atrapada, capturada entre sus garras mientras no dejábamos de besarnos. Si me hubiera desmayado de placer en ese momento hubiera permanecido pegada a él, ambos bañados en sudor. Estaba comenzando a quedarme sin aliento, así que lo aparté de mí y tomándolo de la mano lo llevé a una silla de pana rojo, junto a la mesa. Le pedí que se sentara y me quité la bombacha dejando a la vista mi prolija hilera de vellos húmedos en mis fluidos y mi transpiración. Se deshizo de su pantalón corto con unos pocos movimientos de piernas, me arrodillé frente a él y recorrí sus piernas gruesas con mis manos, sin dejar de mirar su pene gordo apuntar al techo. Levanté la vista y pude ver en su rostro la cara de satisfacción de tenerme entre sus piernas, deseando su pene. Sentí una gota de mis flujos resbalar entre mis muslos al ver esa verga tieza esperándome, estaba húmeda y brillante con su transpiración. Tanto mi concha como mi boca esperaban ansiosas ese pedazo de carne. Tomé su verga con la mano derecha y comencé a masturbarlo lentamente, acomodándome el cabello y mirándolo a los ojos sonriente, con una tremenda cara de puta. Después llevé su pene a mi boca, lo apoyé sobre mi lengua y lo introduje hasta el fondo. Mientras él me acariciaba el cabello comencé a retirarlo succionando y abrazándolo con los labios hasta tener sólo su glande dentro, para luego volverlo a meter hasta sentirlo tocar mi garganta.
Después de estar un buen rato mamando, sentí señales claras que me decían que estaba por eyacular. Pero yo no quería eso, necesitaba sentir esa barra de carne penetrándome, así que me detuve y pasando mis piernas a los costados de las suyas me senté sobre su regazo. Agarrándola con la mano derecha me coloqué la punta de su verga en la entrada y me dejé caer hasta sentirla llegar al fondo, con visible calentura comencé a cabalgarlo, al mismo tiempo que nos besábamos. Luego lo abracé y llevé mis tetas a su boca, al mismo tiempo que las puntas de mis pies se apoyaban con dificultad en el piso para poder empujar mi cuerpo y comenzar a cabalgarlo. Lo vi meter mi pecho derecho a su boca a medida que sus manos agarraban mis nalgas con fuerza, separándolas cada vez que mi cuerpo caía sobre sus piernas y su pene se introducía en mi interior. Mis flujos habían bañado su pene y algunas gotas comenzaban a recorrer sus testículos. Después de un rato de estar cogiendo desesperados comencé a acelerar mi ritmo, rebotaba sobre sus piernas al mismo tiempo que me sentía llena de su verga y gemía fuerte sin miedos de ser escuchada por los vecinos. Me sentía una verdadera puta, su puta. Estaba gozando como hacía tiempo no lo hacía, ni con mi ex-marido tuve semejante sesión de sexo como la que aquel adolescente me estaba brindando.
-¡¡¡Ummmn, ahhh!!!, ¡¡¡Ummmn!!!, ¡¡¡Ummmn!!!. ¡Dame duro, cogemeee!, ¡Cogela duro a esta puta!, ¡Soy tu puta... siempre seré tu puta!
-¡¿Vas a ser mi puta?!, quiero que seas mi puta.
-¡¡Sí pendejo, quiero ser tu puta. Quiero que me cojas cada vez que desees!! -le dije, sin dejar de saltar sobre su verga.
Seguimos cogiendo con fuerza, algunas gotas de sudor me corrían por la espalda y otras recorrían mis nalgas. Ya para ese entonces yo había perdido la razón y con su verga llegando cada vez más adentro comenzaba a alcanzar un clímax violento. Él también estaba a punto del orgasmo, y la descarga de su semen caliente en mi interior fue lo que me llevo a casi desmayar en un clímax único. Abandoné mi cuerpo por un momento, cerré mis ojos y me abracé a él para no caer al piso. Sentía que mis piernas no eran capaz de sostener mi cuerpo, y encima resbalaban sobre las suyas. Pero él sujetó mi cuerpo con fuerza, tomó mis nalgas con sus manos y acomodó mi cuerpo para que su verga no dejara de penetrarme, dejándome caer sólo lo suficiente para hacerla llegar hasta el fondo. Y allí quedamos exhaustos y muy transpirados, con las sacudidas de los últimos espasmos.
Quedamos en no hablar con nadie de lo que había pasado esa tarde, para poder seguir cogiendo cada vez que lo desiemos y para que su madre no me termine echando. A partir de allí comencé a ir a trabajar con otro tipo de ropa interior, con más ganas y con otras intenciones. Después de esa tarde, cada vez que coincidíamos los tres había en nuestras miradas un aire de complicidad, y en las conversaciones un doble sentido muy bien camuflado:
-Hola hijo, ¿Cómo te fue hoy? -preguntaba su madre, al verlo llegar del colegio.
-Estoy cansado madre -dijo mientras dejaba la mochila sobre una silla, y se sacaba el guardapolvo- pero con unas ganas de comer terribles -agregó sonriendo y con su mirada puesta en mí-.
Esta mañana desperté temprano recordando aquel episodio, y lo que anoche me dijo antes de retirarme de la casa: "mañana despertame con una mamada". Eso me hizo sentir una puta, la puta del hijo de mi patrona, en la que me convertí aquella tarde en el comedor de su casa. Ahora estoy por salir para allá, con unas ganas terribles de meterme en la habitación de Alejandro para chupársela.
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